Antoine Doinel
LA INQUIETUD Y EL DESASOSIEGO mecen durante la primera media hora al espectador que acude a ver “Los renglones torcidos de Dios”, la adaptación cinematográfica que de la novela de Torcuato Luca de Tena, publicada en 1979, ha hecho Oriol Paulo, producida con cariño por la Warner.
La historia es simple, se desarrolla en un inquietante sanatorio psiquiátrico, casi una prisión. El incierto momento de la Transición es el tiempo en el que se hilvana la película, un cambio traumático para el viejo régimen, guardián de un orden que se estremece con la democracia. La policía franquista, presente en el relato, se regenera en otra democrática sin abandonar sus antiguos métodos.
En ese ambiente, Alicia Gould es la protagonista, una mujer perteneciente a la burguesía catalana que además de las fiestas en el Ritz a las que asiste feliz en su matrimonio, entretiene su tiempo como detective. El detonante: un misterioso amigo de su marido le encarga la investigación de la muerte de un ser querido, para lo que ingresa en el psiquiátrico donde ocurrieron los hechos como enferma, dispuesta a resolver esa desaparición enigmática. Ahí empieza la urdimbre retorcida de la historia. Alicia tendrá que enfrentarse a una dirección médica corrupta, a unos métodos inhumanos que recuerdan a los practicados en el hospital de la Salpêtriere, aquella clínica parisina de los horrores. Freud, Charcot, sus ánimas, emanan turbadoras por la pantalla nombrados o sugeridos por la ciencia psiquiátrica. A partir de ese momento, la incertidumbre se adueña del filme. Y el quebranto de la duda hace mella en el observador indefenso, que teme convertirse también en uno de esos seres derrotados por la locura. La inteligencia puede ser un arma de doble filo cuando el universo se llena de lagunas mentales. El personaje camaleónico de Alicia navega por un incierto sortilegio de dudas, de obstáculos, es un fantasma convencido de su impostura, ayudada por una turbamulta de locos conscientes de que lo son los demás, no ellos. El desenlace descubrirá los verdaderos motivos por los que se hizo el encargo y la mentira matrimonial en la que vive Alicia.
Las patologías de la mente se trasladan a la pantalla en esta inquietante película y el desasosiego de la irrealidad prenden el relato de un agobio carcelario, o de manicomio. Entras en la casa de los locos. Intriga, intriga, intriga. La locura, la paranoia, los vericuetos de la mente enferma llevan a la persona cuerda a la consciencia de su fragilidad. El espectador se encuentra perdido en la soledad de su silla, en esa pantalla en la que seres desahuciados muestran los horrores que empañan sus psiques. A ello contribuye un relato sincopado, con saltos narrativos hacia adelante y hacia atrás como estrategia discursiva que producen resquemor en el espectador. La historia se retuerce y se prolonga sin descanso con otra extraña muerte y con un juicio final de togas blancas, un tribunal que, como Caronte, dilucida la entrada en el Hades o en la gloria. Parece un telefilme sin final, más de ciento cincuenta y cuatro minutos de proyección. ¿Para qué tan largo? Más que atado al filme, el público parece que está esposado a la butaca, sin escape, sufriendo un electroshock visual, como la protagonista. Las mentiras, la fábula deben ser lo mas verosimiles posible, aunque sean falsas han de ser creíble en todo relato de ficción, pero en la película se diluyen y el espectador recela del cuento. «Me están engañando —piensa— hay algo que no comprendo con tantos saltos temporales, me tratan como a un tonto, como a un loco. Pero, ¿acaso lo soy?». Y le entran dudas sobre su salud mental.
Oriol Paulo, el director, se formó como cineasta en los estudios cinematográficos de Los Ángeles, lo que se aprecia en su obra. Ha realizado series televisivas y varias películas de suspense con un éxito enorme en China. A destacar la buena interpretación de los actores principales, fuerte carácter de Eduard Fernández, muy convincente en su papel de malo. Y excelente actuación de Bárbara Lennie en su papel de heroína, ambos contrincantes en el filme, inteligentes, conspicuos. Y brillantes también Loreto Mauleón y Javier Beltrán en sus papeles de psiquiatras buenos y justicieros. Y no menos importante la legión de secundarios, de locos que construyen el armazón demencial de la tramoya narrativa, quizás más verosímiles que los meandros serpenteantes por donde deambula el cauce del relato, esa lluvia final, esa hidrofobia que atenaza la conciencia de un paciente cuerdo y que refresca al espectador, náufrago en la travesía por el Aqueronte de los renglones torcidos de la película.
“Los renglones torcidos de Dios” se estrena el 7 de octubre.