Deseo de una tarde de verano en el Doré: Blow Up

Antoine Doinel

Secuencia única. Exterior, las ocho de la tarde en la calle Santa Isabel.

Una avalancha de espectadores sale del cine Doré. Comentan la película “Blow Up”, que escribió y dirigió Michelangelo Antonioni en 1966 (no confundir con Michelangelo Merisi da Caravaggio) que Carlo Ponti produjo para la Metro Goldwyn Mayer. Carmelita Flórez intercambia con su novio, el reportero Terry Mangino sus impresiones, sus grandes ampliaciones, sus Blow Up sobre el filme, premiado con la Palma de Oro en Cannes en 1967. Hace un calor de caldera en Antón Martín, camino del bar del Ateneo.

CARMELITA (abanicándose)

El fotógrafo es un capullo, su papel, se cree el rey del mambo y trata a las modelos con desprecio, un machista que va avasallando a las mujeres, como si fueran de usar y tirar. Vamos, que me parece muy bien el corte que le pega Vanessa Redgrave y como le despluma los negativos.

TERRY

Se refleja el Londres de los sesenta, del Swinging London. El protagonista era sin duda…

CARMELITA (interrumpiendo a Terry)

No, hay un protagonista colectivo que es el momento histórico que el corazón del Imperio Británico está viviendo. El laborista Harold Wilson ha ganado las elecciones y Londres se convierte en el centro del mundo ayudado por la yeyé Mary Quant y su minifalda, los Beatles, los Rollings, la moda del Soho y las revistas ilustradas. Todo eso está muy bien expuesto en el guion. La protagonista es la juventud desenfada, que nació después de la segunda guerra mundial y que quiere disfrutar de la vida. Ahí tienes a la Jane Birkin, veinte añitos, que entonces era la mujer de John Barry. Qué hacía John Barry con una chica así. Todo el papel de la Birkin en la película es quitarse la blusa y perseguir al fotógrafo. Después vino el je t’aime con el otro capullo del Gainsbourg y el moi non plus. Ella misma lo contaba en sus memorias, estaba casada con el sol Barry cuando no era sino un pequeño asteroide perdido por la galaxia.

Mary Quant, la creadora de la minifalda.

TERRY

Sí. Yo decía que sin duda el papel del fotógrafo era el de protagonista, que marcaba paquete conduciendo un Rolls Royce, eso ahora sería…

CARMELITA (imponiendo su opinión)

No me extraña que Boyero diga que la peli es insufrible. Aunque ya sabemos cómo es Boyero, bueno, va de suficiente pero de cine sabe un huevo. En la primera hora y cuarto de la peli no pasa nada. El fotógrafo se dedica a maltratar a las chicas con sus caprichos fotográficos, se refleja a las modelos como pura mercancía, perchas en las que colocar la ropa. Y encima las chicas participaban interesadas en el aquelarre, en su propia comercialización hasta el punto de que se humillaban por salir en las fotos. Recuerdo la opinión de Carlos Saura, sería diciembre de 2017, estábamos hablando con él en Fotocasión, en El Rastro: «BLOW UP no me gusta nada, es muy pretenciosa, una película de aquel momento yeyé».

TERRY

Saura siempre fue un gran amante de la fotografía, he visto fotos de Saura que…

CARMELITA (interrumpiendo a Terry)

Saura también iba de divo. Había rodado ese mismo año “La caza” y su ego no admitía la competencia de otra película. Y como fotógrafo se sentía un reportero callejero más que un fotógrafo de modas engoladas en un estudio cerrado. Tiene un reportaje en El Rastro que es interesante. Pero lo que yo quería decir, y no me interrumpas, Terry, es que el guion de Blow Up no se ajusta a los parámetros narrativos que debe tener un buen guion. Decía que en la hora y cuarto primera Michelangelo Caravaggio, digo Michelangelo Antonioni, no cuenta nada interesante en su película, es un claroscuro, más bien oscuro inventario de un atleta fotógrafo estrenando su nueva Nikon F, la joya de la tecnología japonesa. La peli también es muy didáctica y enseña al espectador el oficio de fotógrafo que ahora se ha perdido por completo. Ves a Thomas como revela carretes de negativos, como expone en su ampliadora los clichés más interesantes que ha seleccionado previamente, como amplía fotos con una cámara de placas, como se mueve por el parque persiguiendo la presa, a los amantes, un poco teatral e inverosímil que se esconda tras los árboles cuando ya la chica le ha visto.

TERRY

Sí, nadie va de pose cuando hace fotos. Por cierto, alguien debiera haberle dicho al actor David Hemmings cómo un reportero coge una cámara porque la coge de una forma poco profesional, porque, además, con un objetivo angular no pillas nada si está lejos, porque…

CARMELITA (interrumpiendo a Terry)

Antonioni nos está mareando con los exabruptos de Thomas, el fotógrafo, su estudio donde somete a las maniquíes a sus delirios fotográficos, sus pretensiones de coleccionista de antigüedades, sus sueños de documentalista social, el mundo gay de la época con esa pareja que pasea al perrito. En una de esas fotos del book que se muestra en el pub suburbial londinense sale Cortázar como un mendigo más, en un cuento suyo se inspiró Antonioni. El guion hasta ese momento es plano, todo planteamiento, una panorámica, un plano general narrativo del oficio del fotógrafo sin ningún desencadenante. Planteamiento y planteamiento y planteamiento. Va contra las normas aceptadas de estructura de guiones donde se dice que el cambio de eje narrativo debe producirse a mitad del primer tercio del filme. Y es, sin embargo, al comienzo del tercer tercio cuando se produce la ruptura, el desencadenante de la acción, el detonante. Cuando la peli, más que mediada, cobra intensidad e interés porque el fotógrafo, que es un vividor con licencia para entrometerse en la vida de los demás, se pone a fotografiar en el parque a esa pareja de amantes clandestinos. La chispa de la película, el fulminante. Y se culmina el interés, sube la tensión narrativa cuando descubre que ha habido un asesinato. Ahí es cuando empieza la peli, en el minuto ochenta. Y Antonioni nos ha estado dando la paliza durante setenta y cinco minutos conduciendo como un loco en su Rolls por las calles de Londres. O sea, que el guion, que lo hizo en colaboración con su amigo del alma Tonino Guerra, otro monstruo del guion que escribió también Amarcord, de Fellini, falla. Falla aún siendo el espectador generoso en sus opiniones críticas. Y es ahí cuando Antonioni se luce, con esos silencios que utiliza para potenciar la acción, cuando la película cobra intensidad, en esos planos fijos y mudos de las ampliaciones, las blowup, en ese silencio de las imágenes de las copias fotográficas sujetas con alfileres a la pared, metáfora del argumento insostenible que el fotógrafo pueda exhibir para mantener su acusación de haber descubierto un asesinato. El silencio, los silencios como potenciación expresiva, que tanto utilizaba Hitchcock en Psicosis, un poco antes, 1960. Fíjate, Hitchcock mata a Janet Leigh, a la protagonista, en el primer tercio de la película. La peli se queda sin referencia, Alfred ha llevado al espectador por un camino anodino de un robo pasional y con la muerte de la protagonista empieza la película. Y di tú algo, Terry, que parece que soy yo la única que hablo.

David Hemmings interpretando al fotógrafo Thomas en la secuencia final. En producción nadie le dijo cómo se coge una cámara. Así es muy difícil manejar el disco de enfoque de la Nikon F1. Con posterioridad tuvo un papel destacado en la serie de televisión «Se ha escrito un crimen».

TERRY (se rasca detrás de la oreja derecha)

Sí, no, sí… decía que… como fotógrafo… Saura, bueno, no. Que hay un momento en que Thomas, el fotógrafo se reúne con su amigo Ron, el editor, que está fumándose unos canutos en un pub con un montón de tías todas puestas y…

CARMELITA (interrumpiendo a Terry)

Sí, era el momento del LSD, de la maría, de la cocaína que asaltaba las conciencias de los progres para liberarse de los traumas heredados de la generación anterior, aquella que sufrió la guerra. Estaban hartos del compromiso heroico de sus mayores y querían divertirse, vaciar sus conciencias del pánico heredado, puro hedonismo, ruido frente a recogimiento. En el concierto en el que se mete Thomas buscando a su víctima/verdugo, Vanessa Redgrave, aparecen The Yardbirds, teloneros de The Rollings Stones, puro ruido, puro exabrupto contra la sociedad conservadora de sus mayores. En esa secuencia el guitarrista rompe su guitarra y el mástil sale volando hacia el público que se lo disputa. Al final se lo lleva Thomas pensando que es un trofeo. Y en la secuencia posterior lo abandona en la calle. Un trozo de madera. Esto no vale nada parece decirse. Será el inconsciente de los guionistas, la música rock no vale nada, es de usar y tirar, Antonioni lo recoge así, no vale nada, como los intentos de la juventud por alzarse contra el status quo, son amagos indolentes, volverán al redil después de haber gritado. Alucina vecina. Yo con lo que alucino es con lo de Massiel. Pensar que ganó Eurovisión en 1968, en el Royal Albert Hall de Londres, en mitad de aquella pléyade de modernos cuyas referencias musicales del momento eran Lennon, McCartney y Mike Jagger, en aquel universo de libertades, que le dieran el premio a la Tanqueta de Leganitos parece irreal. Una película de ficción con final feliz. Unos años después, en 1970, fue elegido premier el conservador Edward Heath y comenzaba su carrera fulgurante una jovencita Margaret Thatcher. Adiós fotógrafos de moda conduciendo Rolls Royce, se pasaba al reporterismo de combate. Llegó Vietnam y las Nikon F2. Era el comienzo del fin. Terry di algo.

TERRY (de amor y silencio herido)

Sí, las Nikon F2, eran un arma, como la que lleva Thomas en la escena final que deja abandonada en la hierba que simula la escena del crimen, la de los mimos que imaginan jugar un partido de tenis…

CARMELITA

El desenlace. El gran teatro del mundo en una pista de tenis. Todo vuelve a su cauce y se da al espectador la solución final. No hay que dejar el relato con un final abierto, eso sería una estafa. Hay que ser contundente. Que el espectador se convenza de que no le han timado. Que el tiempo que ha empleado en ver la peli le ha sido rentable, al menos emocionalmente. Que salga del cine convencido de que los seis euros que ha pagado en taquilla le han resultado útiles. Y ahí sí que están espléndidos Antonioni y Tonino Guerra. El partido de tenis imaginario, esa legión de bulliciosos mimos devolviéndose la bola, actores que interpretan la realidad de los sueños y la fantasía de nuestros temores. Todos interpretamos un papel entre la ficción y la realidad y las distancias son muy cortas. A veces nos movemos en el mundo de las confusiones y los demonios de nuestro lado oscuro superan a los ángeles de nuestra naturaleza blanca. O la confundimos, la irrealidad se impone a la verdad, vence la ilusión, o vivimos en un mundo de fantasía, teatralizamos imposibles en un escenario de mentiras verdaderas. Thomas le devuelve la imaginaria pelota que el mimo le reclama, que ha enviado al territorio de los sueños, a la escena del crimen donde estaba el cadáver. Se hace cómplice de una mentira, o de una verdad. Pero no hay pelota, ni escena del crimen ni muerto, es todo teatro, puro teatro mímico. Sin embargo, Thomas acepta su papel y reintegra imaginariamente la bola que recoge de una irrealidad inventada, el territorio de la ficción. Sin cadáver no hay crimen, sin imaginación no hay falso partido de tenis. Todos participamos en la farsa. Ha jugado al tenis y le han derrotado. Hay que conformarse, todo ha sido un capricho del destino una fábula, un delirio de la mente de un fotógrafo que se creía superior, una gran ampliación o distorsión de la realidad, un blow up, una película.

TERRY

Sí, a veces las fotografías no son más que malas copias de la realidad, un falso testimonio y hay que…

CARMELITA (agarrando a Terry por la cintura)

Anda, que estarás seco de todo lo que has hablado, que todo lo que has dicho ha sido muy elocuente, cómo se nota que eres un profesional del reporterismo, que no me dejas meter baza, con eso de que eres fotógrafo, con eso de que tienes aún dos Nikon F3 con motor…

Y los dos se meten en el bar del Ateneo para tomarse unas cervezas. En la calle del Prado sigue el calor de caldera. Créditos. Funde en el azul Prusia de la noche madrileña.

FIN

Escrito y publicado el 14 de agosto de 2023 por Antoine Doinel




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