Tormento: el Galdós de Pedro Olea. Veraneo en el Doré. VI

Teodosia Gandarias

11 de septiembre de 2023

—Lo de subir a la pantalla a Galdós no era nada nuevo cuando Pedro Olea se decidió por realizar “Tormento”, en 1974. Ya lo había hecho antes Buñuel con su “Nazarín”, la primera de las tres en que interviene Francisco Rabal. Y después con la imperecedera y cada vez más genial “Viridiana”, una de esas películas que demuestran la rebeldía del de Calanda, que se prolongaría con “Tristana”, ejercicio creativo surgido posiblemente de los delirios de juventud toledanos de su época de la Residencia de Estudiantes. Don Luis hacía de la capa de don Benito un sayo a su medida y transformaba las novelas galdosianas en el nido donde habitaban sus fantasmas, siempre floridos con su fantasía desbordante e imaginación encendida propia de habitar en los Campos Elíseos del derroche narrativo cinematográfico. Olea, sin embargo, es bastante comedido en eso de limitarse y serle fiel al texto original y no se mete en camisas de once varas. Aún vivía “Su Excremencia”, como denominaba Olea a la lucecita que vigilaba a todos los españoles desde El Pardo, un año le quedaba. Basa su “Tormento” en el reto visual que mantienen las dos estrellas polares de la película: Amparo Sánchez Emperador y Rosalía de Pipaón, la de Bringas.

—Es importante el casting, la elección de los actores. Y aquí si que

—Sí (interrumpiendo a Terry), la elección de Concha Velasco estuvo precedida por la negativa de Aurora Bautista a interpretar el papel de la Pipaón. Lo cuenta Pedro Olea, doña Aurora quería el papel de Amparo, para el que, indudablemente, no representaba la juventud adecuada, y se desentendió de la película. La Velasco lo borda, la interpretación de su Rosalía es muy veraz, te la crees, ves en su rostro ese personaje ambicioso y cínico capaz de ningunear a su marido, el mediocre Francisco de Bringas, con tal de conseguir sus aspiraciones. Y Ana Belén parece pensada por Galdós para interpretar a su Amparo, jovencita, 23 años. Muy galdosiana la Belén, que interpretaría apenas seis años después aquella Fortunata, de Camus, tan atractiva y sensual allí como inocente y comedida aquí en Amparo. Pero también está magnífico Paco Rabal, quizás un poco mayor para interpretar al indiano, pero convincente, como lo está Rafael Alonso, el de Bringas, o Javier Escrivá en su papel de Pedro Polo, el cura que no renuncia a los placeres de la carne, a su tormento, como cualquier cura, vamos. O Ismael Merlo en su papel de preceptor canónico. O Amelia de la Torre en su papel rector de doña Marcelina, la hermana de Polo. Los secundarios están a un nivel altísimo en esta película.

— Galdós fija el argumento en el último año del reinado de Isabel II y

—Sí (interrumpiendo a Terry), “Tormento” precede a “La de Bringas”. Después llegó la revolución, La Gloriosa, y la huida de la reina a París. Hay mucho de análisis psicológico en el comportamiento de los protagonistas. Germán Gullón, el gran crítico literario, incide en que los personajes de la Pipaón y de Francisco de Bringas son un trasunto de Isabel II y su marido Francisco de Asís. Parece ser que el rey era muy afectivo con los varones de los que siempre se rodeaba, sobre todo en el Palacio de Aranjuez, donde se hizo un pabellón para gozar de sus compañías. Sin embargo, se dice que el monarca era incapaz de satisfacer sexualmente a su regia señora, de la que era, además, primo hermano. Y corrían en aquella época coplillas vejatorias dudando de la hombría del monarca: «Gran problema es en la Corte averiguar si el consorte cuando acude al escusado mea de pie o mea sentado», se oía por los madriles. En fin, la endogamia de la monarquía española. Siempre se ha dicho que Alfonso XII era hijo de un militar al servicio de la reina, Enrique Puigmoltó. Imagínate, Terry, que se hiciera una verificación del ADN de los restos de Alfonso XII que se encuentran en El Escorial y se demostrara que El Pacificador fue un hijo extramatrimonial, la sucesión borbónica se desmoronaría.

—Si hay algo bueno que tiene el cine de esos años son sus guionistas

—Los realizadores (interrumpiendo) españoles de esa época eran magníficos guionistas. Ahí tienes a Mario Camus, que también escribió el guion de “Más allá del jardín”, novela que también llevó al cine Olea, en 1996. Y que después se atrevería con la serie “Fortunata y Jacinta”, con Ana Belén otra vez, Tormento/Fortunata. Y que haría “Los santos Inocentes”. O a Jaime de Armiñán con “El amor del capitán Brando”, o “Mi querida señorita”. Todo Ana Belén. O Borau y sus “Furtivos”. Y Olea y su envenenadora de Valencia. Sí, lo que siempre decimos, guion, guion y guion.

—A mí, sin embargo, la pregunta final que Agustín Caballero plantea a Amparo sobre sus relaciones anteriores con hombres me parece inapropiada, aunque cualquier amante la realizaría por saber de qué está hecho el terreno que compra

—Sí (interrumpiendo), es como meterse en la vida privada anterior del querido. Ahora sería improcedente. Pero el indiano se encuentra confundido con ese torrente de habladurías y maledicencias sobre la pobre Amparo que le han insinuado la Pipaón y doña Marcelina, la hermana de Pedro Polo. Al final se impone la sabiduría del pueblo, Agustín, por encima de la hipocresía eclesial, el cura Polo, sin vocación. Y triunfa el amor. Final feliz a pesar del disgusto que se lleva la Pipaón. Es como una recompensa moralizante. Omnia vincit amor. Y también una apuesta por los nuevos tiempos que vienen de América, que trae Agustín Caballero previos a la huida de la reina a París. Aunque el indiano y Amparo decidan exiliarse a Biarritz para evitar las murmuraciones de la rancia sociedad madrileña. Este personaje de Galdós tendrá una continuidad en Manuel Moreno Isla, el renegado español que vive en Londres por desacato y que pretenderá a Jacinta. Sin mucho éxito.

—Y ahora, ¿tienen vigencia esos personajes galdosianos?

—Sin duda alguna. El laureado don Mario Vargas Llosa se ha pasado el verano anterior leyendo a don Benito. Y concede al lector la venia, siempre entre algodones, para que lea “Tormento”, de la que dice en su libro “La mirada quieta (de Pérez Galdós): «Está muy bien escrita; aquí la mirada quieta funciona a la perfección. Lástima nomás que, en el capítulo final de la novela, Galdós se valga de los diálogos teatrales que desmerecen y aquietan la narración en vez de darle relieve».

—Entonces, creo que no pierdo el tiempo con Galdós ni con Olea.

—Sí, nada como volver de Salzburgo para que todo te suene a música.

—Por cierto, no sé sin don Benito bebía cerveza.

—Deberíamos invitarle, por usted, don Benito.

—Por usted, señor Pérez.

 Y Carmelita y Terry elevan al aire sus cervezas en la cafetería del Doré.


Deja un comentario