El Halcón Maltés: Veraneo en el Doré (y VII)

Antoine Doinel (2 de octubre de 2023)

—La codicia, la ambición, la traición, la soberbia, la lujuria, el egoísmo, la falsedad, el abuso de poder, la deslealtad… Sí, el material con que se forjan los sueños, De eso sabía mucho Dashiell Hammett, alcohólico y tuberculoso, trabajó a comienzo de los años 20 en Pinkerton, la agencia de detectives que se dedicaba, entre otras acciones loables al borde de quebrantar la ley, a reventar las huelgas y protestas de los trabajadores durante la Gran Depresión. Era una especie de empresa de matones, de esquiroles que trabajaban para la patronal amedrentando sindicalistas. De ahí se nutrió el caudal imaginario de Hammett para forjar ese submundo negro y corrosivo de sus novelas. En ellas no cabe ninguna concesión al sentimentalismo ni al engarce literario culturalista, no hay párrafos preciosistas ni delicados forjados con brillos académicos, son obras para el gran público que leía en los largos trayectos del metro camino a sus trabajos de subsistencia, son obras de leer y tirar, puro pulp fiction que el gran Tarantino elevó a arte en su celebrada peli. Aquí, en nuestra maltratada España por el Caudillo, también hubo algo parecido, grandes escritores de novelas del oeste, o cursis, o de amores encendidos que el público leía con pasión durante la eterna posguerra para olvidar sus miserables vidas y se intercambiaban por unos céntimos en las esquinas de los mercados de abastos, en los puestos del Rastro, de la Cuesta Moyano: José Mallorquí, Marcial Lafuente Estefanía, Sautier Casaseca, Corín Tellado, Carmen de Icaza…

—Un producto de la Warner de 1941, un año antes que Casablanca

 —Sí (interrumpiendo a Terry), el momento de esplendor del cine americano. Aún los Estados Unidos no habían entrado en guerra y Hollywood inundaba el país con películas universales, el Hollywood mágico que aún perdura en el imaginario de las ilusiones, aunque sea por unos premios. De la peli salieron magníficos secundarios, actores de reparto necesarios para articular el relato fílmico de pinceladas imprescindibles: Sydney Greenstreet, Gutman aquí y Ferrari en Casablanca. Magnífico. Y Peter Lorre, Cairo aquí y Ugarte en Casablanca. Y Mary Astor de protagonista, la chica mala junto al histriónico Bogart, fumador empedernido, que sobreactúa con naturalidad como si fuera su sello personal. Qué más da que sobreactúe, qué más da que ocupe toda la pantalla sin dejar hueco a nadie. El cine nos regala la fantasía y convierte en realidad los sueños imposibles. El cine de los 40 es Bogart, nuestro paño de consuelo es Bogart.

—Huston escribió un guion muy ajustado a la novela original. Casi eliminó el texto a base de imágenes sin saltarse una línea. No tuvo que esforzarse mucho porque Hammett se lo dio todo hecho. Toda la realización muy dinámica, eso sí. Un guion sin pegas. De una novela negra salió una peli inmortal que

—Pero (interrumpiendo a Terry) la labor de dirección de Huston es magnífica. Formaron un tándem que perduró en el tiempo. Humphrey y Huston fueron pareja de nuevo en “Key Largo”, en 1948, con la rutilante Lauren Bacall.  Y aquí Spade y Archer: «Cuando a un hombre le matan a su socio, se supone que debe actuar de alguna forma. Da lo mismo la opinión que pudiera tener de él. Era su socio y debe hacer algo. Bueno, cuando matan a un miembro de una sociedad de detectives es mal negocio dejar que el asesino escape». Esas palabras las pone Dashiell Hammett en boca de Samuel Spade al final de su novela. Y eso mismo le dice Bogart a miss Wonderly O’Shaughnessy, la mala, la traidora, la incitadora de toda la trama al acabar la película. Una prueba de lealtad y de fraternidad con su socio desaparecido, Miles Archer, a pesar de que se lo hiciera con su mujer.

La conversación queda suspensa en el aire de la cafetería del Doré como si hubiera pasado un ángel, como si Bogart aún repitiera su sonrisa cínica desde la pantalla apagada. Carmelita y Terry se dan un sorbo de cerveza, Humphrey aspira el humo de un cigarro, Gutman Greenstreet saborea su güisqui rebajado con seltz; Peter Lorre, Cairo, se ajusta la pajarita en el cuello; Wonderly Astor prevé que su final está próximo, tampoco fue una actriz de grandes éxitos.

—Y ahora tenemos la “Fiesta del cine”. La primera semana de octubre podemos pasarla de pantalla en pantalla. Woody Allen es un fervoroso admirador de Bogart-Ricks Blaine. Lo deja bien claro en “Sueños de un seductor”. Toda la infamia y mentiras que han vertido sobre él las feministas inquisidoras de la facción Torquemada nunca se han probado. Ha estrenado película. Podemos verla ahora en la fiesta. A Woody le han condenado como hicieron con Kevin Spacey, que ha sido absuelto por un tribunal de las patrañas que le han asignado las inquisidoras de la delación. El gran Woody Allen enamorado de Ilsa Lund, o de Diane Keaton. Ver cine será un reconocimiento a sus carreras y una especie de desquite de las calumnias que por envidia sufren ambos por ser brillantes. Así que permanezcamos atentos a las pantallas, porque a veces el cine es una maravilla, como decía Antonio Gasset.

—Sí, buena idea.

 Carmelita y Terry apuran sus cervezas, las últimas del verano en el Doré.


Vean la cartelera de la Fiesta del Cine, del 2 al 5 de octubre y vayan al cine


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