Barton Fink (Se te queda una cara de idiota…): Veraneo en el Doré (IV)

Antoine Doinel

—Pues no sé, no he entendido nada porque

—Mira (interrumpiendo), Terry, es muy fácil, la cosa va de un autor teatral que escribe sobre la gente corriente y que le llevan a Hollywood a escribir una B movie prometiéndole que le van a pagar una pasta. Le encargan una peli de lucha libre que protagonizará Wallace Beery, que hacía de malote muy grandote y que interpretó, entre otros, a Long John Silver. Pero claro, Barton, el escritor personaje protagonista, no tenía ni idea de escribir guiones de cine y menos aún de lucha libre. Ya sabes, el alma de toda peli es el guion. Lo demás está al servicio de lo que se invente el guionista. Y para demostrar este precepto, lo primero que aparece es una UNDERWOOD, que simboliza el poder de la mente, de la creación literaria. ¿Vas entendiendo?

—Sí, Carmelita, todo eso lo he entendido, pero después se lía con la aparición del personaje del vecino de habitación en el hotel

—El hotel (interrumpiendo) simboliza el mundo claustrofóbico, las paredes en blanco, como las del protagonista, de las que se despega el papel, sus ilusiones que se van, el pasillo interminable lleno de zapatos, de mentes vacías, que nadie calza, es un largo camino que hay que recorrer, poner a trabajar a la imaginación para llegar a la meta de la historia. Simbolismo, simbolismo, simbolismo. Sí, es cierto que aquí los Coen llenaron de simbolismos el guion que resulta muy prolijo y difícil de entender. Dicen que a veces se sugieren simbolismos propios de Hitchcock, que recuerda a Faulkner, que si se apela a “Repulsión”, de Polanski; o a “Los viajes de Sullivan”, de Preston Sturges; que si a “El resplandor”, de Kubrick, que si…   Por eso el personaje de Charlie Meadows, el simpático gordo vendedor de seguros a domicilio, representa el salvavidas al que se agarrará el protagonista para solucionar el embrollo en el que se ha metido.

—Sí, pero después el simpático vendedor de seguros se convierte en un asesino buscado por la policía a los que se carga en

—Elemento sorpresa, vuelta de tuerca, o de guion que los Coen potencian con esa caja misteriosa que atrapa al espectador a la butaca, junto con los dos polis bordes y antipáticos. ¿Qué contendrá la caja? ¿Una cabeza en descomposición de alguna víctima? Se pregunta a partir de aquí el espectador.

—Pero al espectador no se le da respuesta. Ni se le aclara qué contiene la caja ni se le explica la personalidad del simpático vendedor de seguros, reconvertido de buenas a primeras en asesino, lo que resulta una estafa para el sufrido espectador que a estas alturas anda perdido en la trama. Y, además, aparece una chica que

—Sí (interrumpiendo), siempre tiene que haber una chica para que haya historia, que es además la novia de otro personaje secundario, casi un figurante, que hace de gran guionista, un alcohólico al borde del delirium tremens. Y que resulta que es la que verdaderamente escribe los guiones del borracho, la chica. Si no hay chica no hay película. Los Coen quieren denunciar el papel secundario que se concedía a las mujeres en el momento representado, la entrada de los USA en la Segunda Guerra Mundial, 1941. Y a la vez se burlan de la industria hollywoodense y de Louis B Mayer, el gran magnate y dueño de la Metro Goldwyn Mayer, al que disfrazan de coronel, con sus cambios de humor en su excéntrica mansión. Mayer resulta odioso.

—Sí, todo eso está muy bien, Pero a la chica ¿por qué la matan, que aparece toda desangrada en la cama? Es algo absurdo, sin ninguna razón argumental, puro surrealismo, los Coen se vuelven Buñuel, meten a la chica en el guion para sacarla al cabo de diez minutos, como al vendedor de seguros.

—Bueno (dudando), es un recurso narrativo para crear intensidad dramática. 

—¿Y la segunda chica, la de la playa que aparece en el calendario? ¿Otro recurso dramático para acentuar el interés de la historia? No tiene ni pies ni cabeza. Dos chicas cuando aún no se sabe qué ha pasado con la primera, quién la ha matado. De qué van los Coen, mezclan realidad y fantasía, como hacer realidad un sueño que ni siquiera se ha soñado. Eso sumerje más aún en el desconcierto al espectador. ¿Acaso se necesita un cociente intelectual de 180 como el de Boby Fischer para ir al cine? Parece que los Coen han hecho esta peli sólo para espectadores dotados de una inteligencia superior, la doran con un tinte intelectual para que nadie la comprenda. El recurso de los necios. Y en Cannes le dieron todos los premios de 1991. Como si no hubiera más cine ni en el pasado ni aquel momento ni en el futuro. Lo habitual, todas estas pelis tan premiadas por la crítica después son un absoluto fracaso en taquilla porque el público no es tonto y no se le engaña por mucho que los críticos las ensalcen con crónicas ininteligibles y abstractas que sólo entienden ellos y las premien en festivales chic de alfombras rojas por las que desfilan actrices sin ropa interior y actores emperifollados de Ermenegildo Zegna.

Carmelita y Terry se sientan en los sillones modernistas con los que el posmoderno arquitecto Javier Feduchi decoró la cafetería del Doré. La cerveza helada humedece sus gaznates, hablar de guion resulta más fácil si se mantiene frío el intelecto.

—A Boyero la peli le pareció inquietante, sombría, alucinada y sarcástica.

—O sea, que no le gustó nada.

—Bueno, tiene su lado bueno. No dura más de dos horas.

—¡Se te queda una cara de idiota..!

—¿Y los Coen?  Su segunda película. Eran los niños terribles del cine hasta que apareció Tarantino. El año siguiente rodó “Reservoir Dogs”, anticipo de lo que tres años después sería su gran éxito mundial. Este sí reconocido por crítica y público: “Pulp Fiction”. Peliculón. Un guion que el gran Quentin retuerce con maestría. La noción de tiempo narrativo la desarma a su gusto, el antes y el después se someten al servicio del relato, una historia que todo el mundo comprende, no hace referencias a ningún monstruo cultural ni hay simbolismo alguno. Todo de usar y tirar. Y después… a vivir de las rentas.

—Con “El gran Lewoski” te ríes mucho.

—Sí, y con “Fargo”, debieron de reflexionar y empezaron a hacer películas pensadas para el público, no para la crítica. Incluso con “No es país para viejos”. Una gran interpretación de Javier Bardem.

—Bueno, lo mejor de la peli es esto, la cafetería del Doré, la cerveza te la sirven que da gusto. Qué grande es el cine.

—Sí, las patatas fritas también están riquísimas

—Entonces, qué, ¿otra cerveza?

—Con patatas fritas, por favor.



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